jueves, 13 de diciembre de 2012

La llegada del otoño















Llega el otoño; y con él la tristeza. La efímera caducidad de la vida dice adiós y se aleja mirando con tristeza las pisadas que marcan su regreso. Es el otoño, que todo lo invade con su manto de torpe niebla. Llega el gélido viento norteño, con su carga de melancolía y sus ecos de canciones pasadas y fiestas alegres. Las hojas se mueren, y pese a su torpe empeño son arrancadas sin miramientos por este crepúspulo salvaje de noviembre, con su desértica  tormenta tan cargada de sed que te empuja a la soledad de una botella, precipitando su vacío a través de tu tráquea.

Llega el otoño, y resignado me siento en cuclillas, cruzando con el diablo una partida en la que heces, vómitos y sangre se intercambian por segundos y minutos. Siento que las cartas están marcadas; pero me dejo hacer, porque estoy harto ya de pelear con esa pequeña vasija sin manillas por las que ser izada, ésa que cruentamente  deja tus fragmentos adheridos a los bordes afilados de esa taza, diseccionando tus pulgares al intentar acariciarla.
Es el otoño; y en este atardecer sombrío los que aun no han muerto ansían con desprecio ese reposo, porque se han cansado de vivir sintiéndose vacíos. Extienden sus manos suplicantes hacia ese túnel manso que se ofrece ante ellos prometedor y oscuro, palpitante, maquillando con cenizas la gloria efímera de unos campos sedientos. Es el oscuro romanticismo de las esquelas, la retirada discreta entre las lágrimas de quienes jamás admitirían que te quieren como te quieren. ¿Podré yo apartar la mirada ahora que siento lo confuso de su torpe llamada?
 Si tan solo pudieras contestarme, negra noche...
 ¿Quedará aún algo de mí en tí o todo te lo habrás llevado?